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Dolores no va a la peluquería

Por Raúl Jurado Fernández

 

Expuesta en el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía. Integrada en el tercer episodio, Pensamiento perdido: Autarquía y exilio, de la nueva colección. Colgada en una de las paredes de la sala El pan y la cruz. Podría tratarse de distintos cuadros, como Muñecos o Bodegón del pan y del queso, de Godofredo Ortega Muñoz. Sin embargo, los ojos de quien esto escribe se posan en una chaqueta roja que, al igual que la de la muchacha de La lista de Schindler (Steven Spielberg, 1993), destaca dentro de su conjunto. Un conjunto que José Gutiérrez Solana tituló La costurera, en referencia a la mujer que protagoniza el cuadro. Una mujer que merece ser humanizada, aunque sea bajo un nombre aleatorio como el de María Dolores. Realizada en 1943 con la técnica óleo sobre lienzo, este cuadro de 103 x 83 cm acoge a una mujer que, con aguja (invisible) en mano, da puntadas a lo que podría ser una camisa, una sábana o una funda de almohada. No se sabe. Ni importa, pues el interés recae, precisamente, sobre lo que no se ve. En plena posguerra, las cartillas de racionamiento y las prisiones sirven de estandarte. El silencio también, sobre todo para aquellos que durante la Guerra Civil (o antes) apoyaron al bando republicano. Ahora han de aguantarse los gritos que antes pronunciaban con fervor. Ahora deben esconderse dentro de sus casas por miedo a ser descubiertos. Ahora tienen que huir a México o Francia, muchas veces solos, si quieren rozar la libertad. Pero habrá quienes se queden en España, con la ventana cerrada y esquivando la mirada de sus vecinos. Como Dolores, que, a falta de otra actividad, decide coser las prendas de las que no podrá presumir con sus amigas y amigos. Porque están en el exilio o en la cárcel. Ni con su marido, que murió fusilado por los mismos que un día le servían el pan, lo saludaban o jugaban con él al mus. Ahora Dolores no va a la peluquería, ya que la peluquera es la esposa del alguacil y le ha dicho: «Dile a tu amiga que no vaya si no quiere ser arrestada». Ha optado por cortarse el pelo ella misma, aunque ello le suponga algún trasquilón o mechón menos de vez en cuando. Como el del cuadro, que recorre la parte superior de su torso, esperando a oxidarse, al igual que se oxida el pelo de aquellos que pueblan las fosas comunes. Porque, al final, el destino es el mismo: el pelo caído, atrapados por la tierra y sin nadie con quien poder llorar la pérdida. Porque la pérdida eres tú misma y ya ni siquiera puedes mirarte al espejo, que te juzga y se vaha. Para que ya no veas las patas de gallo que te están saliendo por el paso del tiempo y la falta de vitamina D. Y no puedes buscar el reflejo en la ventana, pues tus paisanos están ojo avizor, fervientes de recriminarte lo que una vez hiciste y por lo que has de pagar. Y por eso Dolores no se asoma a la ventana, la cual tapará con las contraventanas de madera en cuanto se levante. Por no entrar, ya no entra ni el aire, del cual también se han apoderado los que tan preocupados por su país se hacen llamar. Pero, bueno, siempre podrá conservar su espacio: el de una casa que antes era hogar. Las chaquetas rojas han sustituido a los pasos de su esposo, y el rostro alicaído, a los hoyuelos que se le marcaban al sonreír. Dolores seguirá cosiendo. No solo para ella, sino también para esas personas que deberían estar y no están. Porque, aunque sea con aguja e hilo, ella quiere bordar su compañía. Para cubrir el suelo ya sin brillo del recuerdo de aquellos que han perdido el lustro por culpa del polvo y la falta de luz. Dolores seguirá cortándose el pelo ella misma. Porque, de otra forma, las tijeras de la peluquera se clavarían en su cuello, dejando que la sangre manchase su vestido recién tejido.

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